Japón es famosa por su radical arquitectura residencial. Pero como explica el arquitecto Alstair Townsend de Tokio, la tendencia por la vivienda de vanguardia podría estar siendo impulsada tanto por la extraña economía de bienes raíces propia del país, como también por la creatividad de sus diseñadores.
A menudo vemos en Plataforma Arquitectura un constante flujo de radicales casas japonesas, en su mayoría diseñadas por arquitectos jóvenes, que a menudo provocan confusión en los lectores. Puede parecer que en Japón cualquier cosa es permitida: escaleras y balcones sin baranda, habitaciones completamente abiertas a sus alrededores, o casas sin ventanas.
Estas propuestas para vivir, a veces caprichosas, irónicas y hasta extremas, llaman la atención de los lectores, y nos hace preguntarnos: ¿Qué pasa con Japón? Las fotos recorren la blogósfera y redes sociales bajo su propio impulso, obteniendo exposición global y validación internacional para los arquitectos japoneses, quienes se caracterizan por ser muy tímidos y silenciosos, pero con un gran conocimiento de los medios de comunicación. Después de todo, para Japón – el país con más arquitectos registrados per cápita – sobresalir entre la multitud es clave para que los jóvenes diseñadores salgan adelante. Pero, ¿qué motiva a sus clientes a optar por expresiones tan excéntricas para sus estilos de vida?
Una casa no convencional requiere un cliente no convencional. Uno que esté dispuesto a seguir adelante, o que pueda darse el lujo de pasar por alto uno o más tipos de riesgos, como la privacidad, la comodidad, la eficiencia, la estética, etc. Pero las residencias experimentales de Japón no son necesariamente villas de lujo para una élite cultural rica. Muchos son pequeños hogares de clase media, y no una tipología en la que esperaríamos encontrar atrevidos diseños vanguardistas. Así que, ¿qué es lo que tiene Japón que impulsa a tomar riesgos todos los días?
En Occidente, la desviación de las normas sociales puede poner en peligro el valor de una casa, ya que puede resultar poco práctica o de mal gusto para los futuros compradores. Las decisiones de diseño demasiado atrevidas pueden presentarse como un riesgo para la inversión, por lo que los clientes en consecuencia suelen mitigar sus gustos personales y excentricidades.
Al menos esa pareciera ser la lógica occidental. Si viajamos a Japón, podremos darnos cuenta de que esta lógica es completamente opuesta, basicamente, porque los japoneses no pueden esperar vender sus casas.
Las casas en Japón se deprecian rápidamente como bienes de consumo duraderos – automóviles, refrigeradores, palos de golf, etc. Después de 15 años, una casa pierde todo valor y es demolida, en promedio 30 años después de su construcción. De acuerdo a un informe elaborado por el Instituto de Investigación de Nomura, este es uno de los principales obstáculos hacia la prosperidad de las familias japonesas. En conjunto, la liquidación equivale a una pérdida anual del 4% total del PIB de Japón, sin mencionar las montañas de residuos de construcción.
Y así, a pesar de la disminución de la población, la construcción de viviendas se mantiene estable. 87% de la venta de casas en Japón corresponde a residencias nuevas (en comparación al 11-34% en los países occidentales). Esto pone el número total de nuevas casas construidas en Japón a la par con EE.UU., a pesar de tener sólo un tercio de su población. Esto hace plantearse la pregunta: ¿por qué los japoneses no valoran sus antiguos hogares?
Aquí, sin querer recurrir a clichés, un poco de historia cultural ofrece una idea…
En primer lugar, Japón fetichiza la novedad. La frecuente severidad de terremotos le ha enseñado a su pueblo a no tomar edificios por sentado. La impermanencia es un valor cultural y religioso consagrado, que podemos notar claramente en casos como el Santuario de Ise – Gran Palacio Sintoísta, que es re-construido cada 20 años. Estas repetidas verdades, sin embargo, no ofrecen una justificación económica suficiente para explicar una depreciación inmobiliaria en Japón. Su actitud desechable a la vivienda parece ir completamente en contra del sentido financiero occidental.
En la prisa del país por industrializarse y reconstruir ciudades destruidas tras la Segunda Guerra Mundial, los constructores produjeron rápidamente muchas casas de estructura de madera barata y de mala calidad – mal construidas, sin aislamiento ni refuerzo sísmico adecuado. Las antiguas casas de esta época se conocen por ser de mala calidad, incluso tóxicas, y la inversión en su mantenimiento o mejora se considera inútil. Así, en lugar de mantenerlas o renovarlas, la mayoría son simplemente demolidas.
Sin la necesidad de proteger el valor de las propiedades, Japón por lo general carece de planificación verificada o incentivos para proteger o resguardar el carácter local. Los vecinos son en gran medida incapaces de oponerse por razones estéticas a lo que se construye a su lado. Esto es una bendición para la licencia creativa de los arquitectos, pero también reduce el incentivo colectivo para mantener y embellecer las comunidades mediante, por ejemplo, vegetar o enterrar las líneas eléctricas.
La libertad para construir casas que son una expresión personal de estilo de vida, el gusto y deseo, hace que Japón sea un ambiente fértil para que los arquitectos y sus clientes pongan a prueba los límites del diseño residencial.
Para los arquitectos, es una ayuda que las demandas civiles sean poco comunes. A diferencia del litigio cuidadoso de sus colegas europeos y americanos, los arquitectos japoneses rara vez temen reclamos por negligencia, lo que los impulsa a tomar mayores riesgos.
La clientela arquitectónica más joven de Japón está dispuesta a tomar riesgos según los intereses de su arquitecto, y así cada proyecto se convierte en una oportunidad para poner a prueba nuevas e innovadoras ideas. Tal vez también existe una medida de ingenuidad juvenil en cuanto a las consecuencias a largo plazo de las decisiones de diseño que, como usuarios finales, tendrán que soportar durante el resto de sus vidas.
Puede parecer triste que las familias japonesas se esclavicen, limiten y ahorren para construir una casa, sólo para ver su inversión desaparecer rápidamente durante los siguientes 15 años. En este sentido, algunas de estas casas vanguardistas parecen ser los últimos y fatales hurras – locuras ante la insignificancia de la propiedad de vivienda en Japón. Resignados a esta situación, aún necesitando un lugar para vivir y criar una familia, no es de extrañar que los clientes japoneses busquen recuperar el control rebelándose silenciosamente de la mejor manera posible – a través del diseño.
Además… eventualmente todo será destruido
Fuente: Plataforma Arquitectura