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Siempre que pensamos en arquitectos nos imaginamos a señoras o señores bien vestidos pero no especialmente trajeados; ya sabes, casual. Así nos los presentan los libros, las películas y las series de televisión. Eso sí, con frecuencia los vemos cerca de un casco de obra, a menudo con lápices y rotuladores a mano y siempre, siempre, siempre encima de una gran mesa de dibujo, dando vueltas alrededor de una maqueta a escala, o con un enorme tubo para llevar los planos colgados del hombro. También suelen trabajar contra reloj, envueltos en grandes proyectos de rascacielos o edificios de empaque, además de lidiar con otras aventuras tangenciales a la profesión.

Lo de trabajar contra reloj lo compro, pero lo de las aventuras y los grandes proyectos se aplica a un porcentaje verdaderamente exiguo de la profesión. Y lo de las aventuras vitales pues bueno, eso dependerá de cada cual; mi experiencia es que la vida de un arquitecto es igual de aburrida o de estimulante que la de cualquier otra persona. En lo que los libros, las películas y las series de televisión se equivocan de medio a medio es en lo de los planos y los lápices. Sí, solemos dibujar croquis a mano alzada aquí y allí, sobre todo en las fases iniciales de proyecto, pero hace ya mucho tiempo que todos los planos se realizan por ordenador. Que si AutoCAD, ArchiCAD, MicroStation, Photoshop…en fin, casi cualquier programa de dibujo que se te ocurra se ha convertido en herramienta indispensable para formalizar un proyecto de arquitectura.

Pero son eso, herramientas. No significa que los ordenadores hagan todo el trabajo, siempre hay un cerebro humano detrás de las decisiones que la computadora acaba formalizando. Y, en realidad, si el arquitecto fuese un romántico indomable, podría realizar los cálculos y los planos con escuadra, cartabón y rotring sobre papel vegetal. Aunque tendría que pagar, no solo en tiempo, sino también en dinero, porque desde hace un tiempo, la mayoría de los colegios de Arquitectos imponen una sobretasa a la presentación física en favor de la presentación telemática.

Pero, ¿y si la tecnología fuese realmente necesaria para la construcción de un edificio?

Sídney y CATIA

Parece el nombre de una pareja de bailes de salón, pero en realidad son dos de los ejemplos más interesantes de arquitectura imposible de realizar sin computadoras.

En 1957, Jørn Utzon, arquitecto danés que contaba en el momento con tan solo 38 años, ganó el concurso para la construcción del nuevo edificio de la Ópera de Sídney. El proyecto de Utzon se había presentado en varios planos de planta, alzado y sección, pero en seguida se hizo famoso por el croquis que encabezaba la propuesta.

SIDNEY

Eran unas velas al viento sobre un podio masivo que contenía el suelo inclinado de los auditorios. Utzon había concebido las velas como cáscaras de hormigón curvas y autoportantes; esto es, la propia forma de las mismas soportarían las cargas propias y las sobrecargas de viento, lluvia y nieve que pudiese tener. El problema es que esas velas no podían ser láminas de hormigón. No había suficiente curvatura, la forma de la sección no permitía asumir las cargas y no había suficiente apoyo en la base. Esa fue la conclusión a la que llegó el ingeniero Ove Arup tras analizar el proyecto e intentar calcular la estructura.

Tardaron casi siete años de trabajo y, por primera vez en la historia, fue necesaria la intervención de computadoras para confirmar que, efectivamente, la idea inicial de Utzon no se podía construir. Hay que entender que la tecnología computacional de la época era notablemente inferior a la actual, y que por eso tuvieron que poner a los ordenadores al límite de su capacidad durante siete años, no es que los ordenadores fallasen. De hecho, fue el propio Arup quien finalmente dio la solución que se llevaría a cabo: las láminas autoportantes de hormigón se sustituirían por un sistema de arcos con recubrimiento de plementería entre ellos. Esta vez, los ordenadores pudieron calcular la estructura.

A mediados de los 80, y tras unos primeros tanteos en la definición de su arquitectura,Frank Gehry comenzó a apostar decididamente por las formas onduladas y sinuosas. Sus proyectos partían de croquis esencialmente expresivos e intuitivos, a los que seguían una serie de maquetas de idea, a menudo realizadas con chapas metálicas y otros materiales plegables y moldeables.

El problema se presentaba a la hora de traducir a espacios arquitectónicos sistemas constructivos las formas onduladas que partían de la intuición y los materiales de una maqueta a escala. Gehry podría haber hecho aproximaciones más o menos parecidas, pero lo que quería era una transcripción directa, una homotecia exacta de lo que había producido en las fases iniciales del proyecto. Y como no pudo encontrar ninguna herramienta que sirviese a su objetivo, decidió buscar fuera del mundo de la arquitectura. Así, el arquitecto canadiense comenzó a usar el programa CATIA, acrónimo de Computer Aided Three-dimensional Interactive Application, y que había sido desarrollado a finales de los 70 por la empresa aeronáutica francesa Dassault Systèmes.

Efectivamente, CATIA era –y es- un programa enfocado a la ingeniería aeronáutica y aeroespacial cuyo primer proyecto fue el avión de caza Mirage, pero que se emplea habitualmente por Boeing y General Dynamics. Frank Gehry fue el primero que uso CATIA en el mundo de la arquitectura. Porque el programa, gracias a sus procesos de escaneado y mapeado tridimensional, era el único que permitía llevar a escala constructiva siluetas y espacios que, de otra manera, se habrían quedado en los croquis y las maquetas.

No sabría decir si es algo bueno o malo, pero sin la precisión milimétrica de CATIA, los edificios de Frank Gehry serían muy distintos. Desde luego, serían muy distintos a las ideas preliminares que el arquitecto canadiense propone al inicio de sus proyectos.

Hay otros muchos ejemplos de arquitectura contemporánea que no existirían sin la participación decisiva de los ordenadores, como el Gherkin de Norman Foster en Londres, el Kunsthaus de Peter Cook en Graz o el Pabellón Puente de Zaha Hadid en Zaragoza. Edificios que deben su materialización constructiva a la tecnología computacional.

También hay otras construcciones en las que los sistemas digitales no sirvieron para la definición formal, sino que están intrínsecamente implicados en la realidad física del propio edificio. Los veremos en la segunda parte de esta serie de artículos.

Fuente: Yorokobu