Suele decirse que Berlín es, más que una ciudad bonita, una capital europea pobre pero sexy. Desde un punto de vista arquitectónico, sin embargo, ese sex appeal no viene dado por un concepto tradicional de belleza. De hecho, la ciudad acumula lo que la arquitecta de la Universidad para las Artes de Berlín, Turit Fröbe, llama “pecados arquitecturales”.
Fröbe acaba de publicar un libro sobre la peor versión de la arquitectura en Alemania. Se titula Die Kunst der Bausünde (Ed. Quadriga, 2013), y no ha pasado ni mucho menos desapercibido. Porque arroja una mirada irónica a los edificios que resultan más cuestionables estéticamente en suelo germano. A este tipo de construcciones, abundantes en un país reconstruido en tiempo récord tras la Segunda Guerra Mundial, es lo que ella ha venido a llamar “pecados”.
Según explica Turit Fröbe a ZoomNews, hay dos tipos de transgresiones pecaminosas en la arquitectura: las buenas y las malas. “Un pecado bueno es aquel que todo el mundo reconoce como feo, que tiene un efecto sobre la gente, aunque sea de repulsión”, dice la autora de Die Kunst der Bausünde, al tiempo que tacha de “malos” aquellos edificios dignos de una arquitectura “sin rostro”, como la que se está utilizando ahora en Berlín para homogeneizarla estéticamente.
“Los responsables de la política urbanística de Berlín están destruyendo todo lo que hace importante la ciudad”, a saber, “sus grandes cicatrices arquitectónicas”, afirma esta profesora de universidad de 42 años. “Las autoridades quieren una ciudad homogénea y están destruyendo cosas muy importantes, mucha arquitectura de la época socialista, porque no les gusta, al igual que la falta de continuidad arquitectónica que existe en Berlín y que hace reír a tanta gente cuando viene aquí”, añade.
El ejemplo más grave que ella da de “pecado malo” es el proyecto de reconstrucción del Palacio Real en Berlín donde antes se encontraba el Palacio de la República. Este último era un edificio modernista construido en los años 70 para servir de Parlamento de la República Democrática de Alemania (RDA) que acabó derruido en 2008. “El Palacio de la República era muy feo”, pero como buen pecado arquitectónico, “era importante porque simbolizaba la unificación alemana”, expone Fröbe.
En Berlín, esta arquitecta de la Universidad de las Artes tiene mucho que denunciar como “pecado malo” y poco que defender como “buenos pecados”. Aún así, hay importantes ejemplos de fealdad benéfica en la capital alemana, una ciudad que Fröbe conoce bien y prueba de ello es que esta metrópolis nutra con abundantes imágenes Die Kunst der Bausünde.
Por ejemplo, ahí está el edificio del centro comercial Alexacenter, abierto en 2007 en Grunerstrasse, junto a Alexanderplatz. Es tan feo que uno no puede dejar de ubicarlo después de haberlo visto. “El Alexa es un pecado bueno porque sirve para orientar. Todo el mundo piensa que es feo, pero ayuda a uno a situarse en la ciudad”, dice Fröbe, aludiendo a este centro comercial, también conocido como “búnker rosado” o “tumba faraónica”. “Este edificio tiene una función, pero el problema es que nadie se fija en ella”, sostiene la autora de Die Kunst der Bausünde.
Otro ejemplo más reciente de pecado benéfico para la ciudad es la Humboldt Box, un centro turístico y de exposiciones de lineas futuristas inaugurado en 2011 y situado en pleno corazón de Berlín, en la isla de los museos, cerca de donde se supone se levantará el nuevo Palacio Real. “Creo que los responsables de este edificio preguntaron si podían hacer allí un pecado arquitectónico para mostrar que la arquitectura moderna fracasaría en su remodelación urbanística de la ciudad”, señala Fröbe con ironía. Lo cierto es que a ese edificio le cuesta encajar en el conjunto arquitectural que rodea el Lustgarten, donde destaca la decimonónica Catedral de Berlín.
No sólo hay sitio en Die Kunst der Bausünde para las manifestaciones más grandilocuentes de la arquitectura moderna. También en Berlín, Fröbe ha acumulado ejemplos de lo que ella llama pecaminosas “casas esquizofrénicas”. Se trata de los adosados germanos, que en innumerables ocasiones presentan dos fachadas. Éstas pueden ser tan diferentes como opuestos son los estados de ánimo del alguien con trastorno bipolar. “En este tipo de edificios hay una fachada que se identifica con un propietario y la otra con el otro. Las hacen diferentes para mostrar cada uno su individualidad, y que el vecino es estúpido”, bromea Fröbe.
La autora de Die Kunst der Bausünde reivindica que cada generación debe “construir su propia ciudad” en el respeto arquitectural de las anteriores, por mal que hayan envejecido algunos edificios. Porque las obras de arquitectos estrella que ahora se celebran corren el riesgo de juzgarse “de forma diferente en 20 años”, según Fröbe. Para ella, lo importante es “comprender la arquitectura de cada momento”, y tener presente que “la belleza de las ciudades comienza en uno mismo”.