Durante los últimos años, hemos sido testigos de una serie de proyectos inmobiliarios de gran envergadura que no han sido bien recibidos por sus respectivas comunidades. Proteger el patrimonio, defender la escala y la identidad de un barrio, preservar su calidad de vida; muchas de estas razones han gatillado la acción de los ciudadanos, los que en la mayoría de los casos, han logrado hacer ruido y abrir el debate en torno a proyectos no construidos. En algunos de ellos -los que a pesar de todo lograron iniciar su construcción-, han llegado a parar las obras e incluso a tentar su demolición.
¿Pero cómo hacer realmente efectivos estos movimientos que parecen surgir de manera espontánea?
Los ciudadanos hacen un llamado que nosotros, como arquitectos, debemos responder. Y aquí es donde estos movimientos pueden tomar fuerza: a través de una alianza estratégica que entregue una respuesta desde la arquitectura, lo suficientemente eficaz y rentable como para hacerse factible y competir con el proyecto inicial. Si no logramos demostrar que un buen proyecto de arquitectura puede marcar la diferencia, difícilmente convenceremos a los inversionistas y cambiaremos las políticas urbanas que permiten que estas amenazas aparezcan.
Los ciudadanos sacan la voz
La cruzada por salvar el Toblerone de Almería en España, la fuerte polémica en torno al Mall de Castro, en Chile, el juicio al inmenso edificio de Ricardo Bofill en una pequeña ciudad italiana o el caso del Mall Muelle Barón en Valparaíso, son solo algunos de los casos que hemos visto aparecer durante los últimos años. En la mayoría de ellos, las demandas no están en contra del hecho de construir un centro comercial o un gran proyecto de uso mixto, sino que más bien se cuestiona la forma en que estos se llevan a cabo, la que casi siempre carece de (buena) arquitectura.
De acuerdo a su contexto particular, cada caso tiene problemáticas y actores diferentes. Pero si hay un punto en donde todos coinciden, es en que los arquitectos podemos hacer una diferencia y transformar un aparente problema en una oportunidad. Y aunque deberíamos ser parte del diseño inicial y no de la “contrapropuesta”, estos casos tienen el valor de la fuerza colectiva, la potencia de estar apoyados por una demanda común. Es una especie de “encargo” donde, gracias al debate, las necesidades y los requerimientos de todos los actores involucrados son mucho más claros y evidentes, y donde esta vez, los usuarios y los afectados directos tienen un papel primordial.
El caso del Patio Bellavista: Actuación en conjunto en base a una propuesta concreta
El barrio Bellavista en Santiago de Chile se activó a partir de los años 80, con la llegada de la vida nocturna y cultural a la zona. Pero a partir de los 90, se iniciaron una serie de acciones para intervenir el lugar, respondiendo al conflicto que se produjo naturalmente entre los vecinos residentes y su vida bohemia en pleno auge, foco de ruidos y desordenes callejeros.
Su transformación más importante se da cuando el dueño de un gran paño ubicado en el sector decide emprender un nuevo proyecto dentro del barrio. Existieron tres posibles alternativas: una era derribar todas las casas y construir torres de 20 pisos; la segunda era una propuesta que combinaba una placa comercial con edificios de gran altura; la tercera y la opción elegida, es el modelo ahora existente.
Este es un espacio que originalmente estaba destinado a convertirse en un conjunto de edificios en altura con fines inmobiliarios, pero después de un interesante proceso de reformulación, donde participaron vecinos, arquitectos, ingenieros, movimientos ciudadanos y lógicamente los propietarios, el resultado fue Patio Bellavista, un nuevo lugar abierto a la gente que rescata el centro de una manzana abriéndolo a restaurantes, comercio, actividades teatrales, etc., apoyando y confirmando la vocación del barrio.
La gran lección de este ejemplo es que los vecinos involucrados no se quedaron simplemente en una oposición intransigente, sino que se unieron a los actores que tenían el poder de tomar las decisiones para concretar su demanda.
A través del dialogo se pudo llegar a un consenso con beneficios para todos, conformando una Comisión de Patrimonio y Urbanismo compuesta por Tomás Carvajal, Sergio González (arquitectos), Patricio Jadue (Empresario), Lake Sagaris (Junta de Vecinos #13 Mario Baeza), Carmen Silva (Corporación Cultural y de Desarrollo de Bellavista), Rodrigo Quijada (Ingeniero en Transporte).
El emprendimiento rescató el valor histórico del inmueble, “abriendo la manzana para proveer un recorrido en sentido oriente-poniente y manteniendo la mayoría de las fachadas de las edificaciones preexistentes. El proyecto reutiliza parcialmente la edificación existente de valor patrimonial y construye volumetrías nuevas, manteniendo la línea de edificación continua que caracteriza el sector, sin exceder los dos pisos de altura del entorno”. [1] En el año 2010, el Patio Bellavista -en segunda etapa- fue elegido para ser expuesto en el Pabellón de Chile de la Expo Shangai, además de ser seleccionado para la Bienal de Arquitectura. En ambos casos, debido al rescate patrimonial y aporte al barrio.
Dejar de reaccionar, aprender de los errores y dar el primer paso
Este rechazo ciudadano no es algo antojadizo. Necesitamos avanzar, necesitamos reformular la ciudad y sus barrios en natural degradación, pero la línea entre amenazar la calidad de vida de los ciudadanos –en todos los aspectos- y transformarse en un factor de cambio que multiplique los beneficios de nuestro patrimonio colectivo, es demasiado fina como para seguir (tan sólo) reaccionando.
En debates anteriores en nuestro sitio, se ha comentado que las políticas urbanas, la falta de regulación y la ambición de los inversionistas serían las verdaderas culpables de que este tipo de proyectos llegue a construirse, y que ante esto, serían muy pocas las áreas en las que podemos influir. Sin embargo, si nosotros como arquitectos -quienes debiéramos tener las mejores herramientas para hacernos cargo de todo esto-, no entregamos alternativas innovadoras que puedan competir con las propuestas inmobiliarias que rechazamos, difícilmente lograremos convencer a quienes toman las decisiones en nuestra ciudad, con el fin de desviar el proceso en favor de la calidad de vida de sus habitantes.
El llamado de atención está hecho y los ciudadanos ya no se dejan pasar a llevar tan fácilmente. Al parecer sólo les falta nuestro impulso.